domingo, 29 de agosto de 2010

Voyage, voyage.




¿Cuánto tiempo llevo en Normal? ¿Son dos semanas? A ver... llegué un domingo. Sí, dos semanas. Como se puede deducir, he tenido tiempo para llegar, asentarme, comprar una cama, conocer gente y reflexionar sobre este maravilloso sitio. ¿Impresiones? Normal es muy normal. No está mal. No es Salamanca, ni Barcelona, ni Galway, ni Donegal, pero tampoco voy a tirarme delante de un autobús para que me manden a casa. Más que nada, porque todavía no han acabado los papeles de mi seguro médico. Lo que me recuerda: tengo que llamar al servicio médico para que me hagan la prueba de la TB. ¿Por dónde puedo empezar? El principio, claro. El viaje fue bien. Demasiado corto. Había un mapa en la mini-tele en donde veías por dónde ibas. Todavía no era consciente de dónde estaba y ya cruzábamos los hielos canadienses. En ese momento me hubiera gustado quedarme en medio del aire para siempre. Pero no, llegué. Llegué y me perdí en el aeropuerto de Chicago. No entendía nada. No había mostrador de información. Os voy a ahorrar la descripción de las 4 horas que pasé allí. Grrr.

Pero sobreviví y llegué a Normal.
A primera vista, Normal es una mierda. El autobús me dejó en un carrefour. No el supermercado, sino la encrucijada de caminos. O carreteras. Millas y millas en todas direcciones y nada interesante a la vista. Carol (mi housemate) y Amke (la asistente alemana), vinieron a buscarme. Y allí comprendí por qué todo esto no iba a estar tan mal. Llegaba triste, cansada, perdida y a regañadientes. Y ellas me lo pusieron todo mucho más fácil. Me dejaron un colchón, me dieron una cerveza y me trataron como si fueramos amigas desde siempre. Como si hubiera pasado toda mi vida en Normal y llegara de unas vacaciones. A partir de ese momento todo fueron facilidades. Amke nos llevó al día siguiente a la universidad a hacer todo lo aburrido. La profesora catalana me consiguió una cama y nos llevó a comprar un sofá, una mesa, comida y un televisor! En los días siguientes, más gente nos venía y nos daba cosas que no necesitaban y más cervezas. Yo creo que si todavía no he suplicado que me lleven de vuelta es por la gente. La gente es tan simpática, tan amable, tan tan genial que da miedo. Después de todos los papeles en Secretaría en Salamanca con Auxi y compañía, esto es el paraíso.

En estas dos semanas, también he tenido tiempo de empezar las clases. Primero, la Graduate School. Esto es serio. Y difícil. Y pesado. Para el primer día, ya tenía assignments. Lo cual me produjo stress y malestar, como los gases. Pero bueno, es lo que hay. Tengo 3 clases de momento y mantengo con ellas una relación de amor y odio. Odio la clase de Shakespeare. Muchísimo. La odio cordialmente. O sea, con todo mi corazón. Es muy difícil. Pero a veces es absurdamente fácil. Pero la mayor parte del tiempo es muy difícil. Y me importa una mierda. Me importan un mierda Shakespeare y el New Historicism. Pero en cambio, amo las clases de gramática y (de momento) la de metodología. Es tan genial. Tan tan genial. Y el profesor es la oshtia. Como Bruguera en Barcelona. Para la gramática va todo mi amor absurdo.

Y seguro que estáis pensando: sí, sí, muy bien. Pero... ¿qué tal la experienia dando clase? Ja! lo mejor para el final. Es genial!! Me encanta. Es díficil, muy difícil, y estoy preocupada porque voy muy lenta y porque me cuesta encontrar contextos a las clases y hacer las transiciones con naturalidad. Pero es tan guay!! Es tan tan guay que me he preguntado estos días por qué estoy haciendo la mierda de máster de inglés y por qué estoy aquí cuando podría estar haciendo el máster de ELE y ser mucho más feliz. Oh, decisiones! Pero lo mejor de todo, lo mejor mejor mejor de todo de las clases es que tengo mi despacho!! con una mesa dentro de un cubículo! y en la mesa hay una placa con mi nombre!! Es la oshtia. La reoshtia. Molo mogollón. Y para que me creáis, le he hecho una foto. oh sí oh sí. Normal no está tan mal.